ARTÍCULO*
Por Silvio Lang
1.
No se podría decir que el arte
de estos últimos doce años en Argentina haya sido libertario y excesivo. Hubo
libertad de acción y manifestación, sí, sin dudas. Hemos vivido hasta el día de
hoy en una verdadera democracia de manifestación en el sentido que el filósofo
Jacques Derrida definía la literatura: la pasión democrática que puede decirlo
todo. Se escribió y se dijo como nunca: en las redes sociales, en la
televisión, en los diarios, en las radios. Pero siempre en relación con el
discurso central de los dos grandes gobernantes del período. Néstor y Cristina,
en apariencia insuperables en sus retóricas performáticas y apuestas políticas,
dibujaron los contornos de lo pensado durante el ciclo de los gobiernos kirchneristas.
Así como ningún otro dirigente político, es probable que ningún artista, en
tanto legislador del espacio y el tiempo social, haya intentado ir más allá del
horizonte de “la década ganada”. ¿Quién osó redoblar la apuesta en el ámbito de
la fabricación simbólica y afectiva? ¿Quién osó actualizar los modos de
producción cultural más allá de la política modernista del kirchnerismo?
2.
La política cultural del
kirchnerismo se desplegló en una perspectiva modernista del capital: incrementó
su mercado de poder según una ley de libertad de cambio de la producción y de
profesionalización o emprendurismo de la práctica artística. La cultura del
libro se benefició con la generación de docenas de pequeñas editoriales
independientes y la apertura de librerías, favorecidas también por el aumento
de la capacidad de compra, en el marco de las políticas de consumo del Gobierno
y la regulación impositiva de las importaciones. La inyección presupuestaria a
la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares generó una mejora técnica y una
presencia cultural de la bibliotecas en todo el país. Un proceso extraordinario
y de singular vitalismo vivió la Biblioteca Nacional, conducida por Horacio
González, que conectó la cultura del libro con los procesos de subjetivación política
y cultural. La Biblioteca Nacional fue encontrando en el camino la experiencia
de un proceso libertario y excesivo, que se desarrolló con la participación de
las cabezas más contemporáneas y singulares de la patria. La producción
audiovisual se incrementó y multiplicó sideralmete: en los últimos años se
estrenaron, promedio, dos películas argentinas por semana entre producciones
nacionales y co-producciones internacionales; se grabaron teleseries
financiadas integramente por el Estado; se filmó en las provincias con equipos
locales, inaugurando una profesionalización de los cineastas del interior del
país; se abrieron salas de proyección exclusiva de películas argentinas en todo
el territorio nacional. El Teatro Nacional Cervantes, aunque no culminó su obra
de refacción edilicia, ordenó y reforzó su burocracia sindical y
administrativa, lo que permitió que volviera a funcionar con normalidad y que
pudiera desarrollar –no sin muchas deficiencias técnicas– un programa federal
de giras. Cristina inauguró el Centro Cultural más grande de Latinoamérica con
el nombre de su marido fallecido y la gigantesca feria Tecnópolis. Se recuperó
el predio del ex centro clandestino de detención en la Escuela de Mecánica de
la Armada para convertirlo en sede de espacios culturales coordinados por los
organismos de Derechos Humanos. Se abrieron diarios y revistas estatales e
independientes con escrituras e invesitigaciones particulares y complejas como Miradas al sur, Tiempo Argentino, Critíca, Infojus, Anfibia, Crisis, Mancilla, Suplemento Soy. El Ministerio de Cultura y muchos organimos del
Estado Nacional generaron una cuantiosa suma de contrataciones a cantanes,
actores para recitales y actuaciones en multifacéticos eventos como nunca antes
en la historia de la cartera cultural. Se diseñó un Mercado de las Industrias
Culturales Argentinas como el signo mayor de distribución de cultura para el
consumo. Radio Nacional multiplicó sus contenidos y staff y hasta creo una FM
de rock nacional con programas periodísticos. Se abrieron canales de televisión
didácticos como Pakapaka y Canal Encuentro. La Televisión Pública, dirigida por
Martin Bonavetti, se transformó íntegramente y podríamos decir que generó una
estética propia y una cultura de trabajo nueva en su burocracia. Muchas obras
de teatro y danza contemporánea se exhibieron en los festivales y teatros más
importantes de todo el mundo generando una plusvalía de poder y hegemonía en
cierta subcultura artística.
3.
Sin embargo, en el
transcurso de “la década ganada”, la producción artística y semiótica ha
resultado marcadamente conservasora, reaccionaria, enclaustrada, realista,
antiutópica y, principalmente, acrítica. Se ha imaginado y realizado bastante
poco en el plano de las estéticas singulares y las producciones semióticas del
campo social. Muchas oportunidades de singularización de la sensibilidad
estética y de transformación de los modos de vida sociales se desaprovecharon
en la legitimización de los artistas y la legalidad militante. ¿Qué riesgos
hubo en pensar más allá del Estado de cosas y la agenda gubernamental? Es
curioso que desde la gestión kirchnerista no hubo un eje en la experimentación
artística en sus políticas culturales, fue más bien legitimizar lo que ya se
producía. Es probable que la moral del sujeto del rendimiento en la lógica
consumista, el emprendurismo de la vida neoliberal, el imperativo de pertenencia
y el narcisismo de la pura construcción de sí en el ágora global de internet desalentaron
apuestas vitalistas en la micropolítica. No hubo, desde la producción cultural
y estética, creaciones de realidad articuladas a gran escala con el campo
social. No hubo experiencias épicas ni utópicas colectivas. No hubo estéticas
singulares críticas, que excedieran las estructuras de obediencia consensuadas por
“la razón neoliberal”. No hubo elaboración de estrategias para organizar el
presente colectivo. Por ejemplo: ¿qué exceso vitalista pueden exponer las
narrativas escénicas porteñas enclaustradas en sus salas privatizadas para 40
espectadores? ¿Qué nueva proyección utópica colectiva puede generar un teatro
de living tomado por la neurosis de familia de clase media urbana?
4.
Es probable que el
imaginario más excesivo y desbordante haya venido de la mano del Estado. Basta
observar la inauguración del mega Centro Cultural Néstor Kirchner, que operó
como contraseña de entrada a las sociedades desarrollistas, aunque con un
funcionamiento admistrativo, técnico y curatorial impotente. Las puestas en
escena multitudinarias de los festejos por el Bicentenario –a cargo del
productor cultural Javier Grosman– y la ceremonia por la muerte de Néstor, que
ocuparon todo el Centro de la Capital Federal, también fueron imaginarios
amplificantes y, en el mismo pase, una producción de poder. Habría así un
desfasaje entre la apuesta épica-excesiva del Gobierno kirchnerista y el
realismo naturalista conservador de los artistas de “la década ganada”. Un tipo
de disciplinamiento que legitima la “normativización de la cultura” continuada
en estos meses de neoliberalismo macrista y que convoca, hoy más que nunca, a
pensar y a elaborar procesos de producción subjetiva transformadores,
irreductibles, libertarios y vitalistas.
* Texto escrito para la revista Nuevo Trapos, Nº 2, marzo 2016, Y republicado en el blog Lobo suelto! Imagen de Alberto Antonio Romero.

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