CRÓNICA*
Por Silvio Lang
Angel’s disco no llegó a festejar su XXIV aniversario, a fines de enero anunciaron que cerraban por vacaciones y nunca más abrieron. “Angel’s era el lugar que no discriminaba a nadie por la ropa, por el lugar donde vivías, por tus zapatillas, por si entrabas con muletas, o aún en cuatro”, cuenta una marica del conourbano entristecida por la noticia. “El Antro” como lo llamában sus habitues - travestis y maricas de los suburbios; taxiboys y strippers laburantes en el Barrio Norte. “El angelin”, lo llamaban los antropólogos de la noche -estudiantes universitarios, lúmpenes, o artistas con cintura social, que nos sentimos más a gusto con el desclase de lo múltiple.
Situada
frente al Morgue Judicial, en la calle Viamonte, a la vuelta de la Facultad de
Economía de la Universidad de Buenos Aires, aunque las guía turísticas
prefirieran ubicarla en Barrio Norte, Angel’s sobrevivió a la crisis del 2001;
sobrevivió a los 194 muertos del incendido de Cromañon, pero no sobrevivió al
macrismo: “Queridos clientes y amigos: Lamentamos comunicarles que a partir de
la fecha, con profundo pesar y tras casi 25 años de existencia Angel’s,
dejará de funcionar. Los motivos principales de esta decisión son 1) Una
profunda crisis económica que sumada a los altos costos operativos que demanda
la apertura y funcionamiento de un local registrado y habilitado, en estas
circunstancias; 2) La sistemática persecución hacia los locales bailables Clase
C “Habilitados” de parte del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que
constantemente crea normas que castigan al sector; 3) La inacción del Gobierno
de la Ciudad hacia los locales que, desvriturando el rubro y siendo ilegales,
no son sancionado como corresponde”, cuenta su encargado, Marcelo, en un grupo
público de Facebook.
Desde el kiosko de la esquina de Uriburu,
atendido por sus propias dueñas, donde conseguías las tarjetas free y con
descuentos en tragos, hasta las largas filas que podían dar vuelta la cuadra,
la risa colectiva y la mezcla de voces eran posibles. En El angelín se hablaba
a viva voz, a voz en grito. Todos se rozaban y nadie se quejaba. El patovica de
la puerta podía meterte en un taxi y mandarte a tu casa si volcabas a mitad de
la noche. Aún la recuerdo, suelta por el bar y los reservados, a “La Pará”, una
trava de múltiples identidades, más de dos metros de alto y con unas grandes
tetas que se confundían con su prodigiosa barriga, la gran ubre de Angel’s. La
Pará andaba por la disco con una copa vacía y quitándose de encima manos
invisibles que la tocaban, mientras gritaba: “¡Paraaa!” Los más avezados le
respondíamos: “¡Parameláaa!”. En la pista subterránea, donde sonaba el mejor
cachengue que podían corear los chongos quilmeños, te recibía la “mujer con
bigotes”, bailando en “pasarela”, de acá para allá saludando como reina de la
comparsa. Los techos de la pista del subsuelo transpiraban, cobijando el
enjambre de cuerpos, olores y sensualidad cumbianchera. “El único boliche en el
que estando en pedo le hice un pete a un pendejo, en medio de la pista”,
confiesa una marica quinceañera. Es que las quinceñeras son tremendonas, desde
que hacían la fila para entrar con descuento hasta las hazañas de la pista no
paraban de comentarlo todo. Todo lo hacen con sus bocas, pero son higiénicas:
“Ahí conocí a un chico de Lomas, le decían La Moncherry, era enfermero en el
Gandulfo, después de charlar un rato me dio un beso de lengua y me dijo ‘yo
solo beso, no tengo sexo, soy higiénica’”. Todos ocupábamos un espacio vital en
lo que durante las horas del baile se convertía en nuestro mundo. Las
“trapiches” (travas que hacen maravillas indumentarias con trapitos y
retazos) llegaban en taxi de a dos, siempre con un taxiboy que traían bajo el
ala. Ellas no hacían fila: los patovas las hacían pasar. Eran las
madrinas del lugar. Iban directo a la pista del piso superior donde había más
“producción” y sonaba el pop. Allí había una pared cubierta de espejos donde
las travas se ubican frente a ella en fila india: bailaban y seducían a los
chongos paquis a través de los espejos. Más tarde, en el “darkroom” los paquis
se hacían chupar la pija por las travas. Si te acercabas podían pararte en seco
y soplarte -”¡Salí, puto!”. Sin embargo, cuando van al “telo”, se sabe, la
escena se invierte: el paqui se da vuelta y la trava oficia de “activa”. “Estoy
cannnsada, canssssada, de hacer de activa”, harta, comentaba una vez, en el
baño de hombres una trava a otra. “Ay, dios… cómo olvidar los reservados? En mi
adolescencia tuve como 100 novios en una noche”, añora otra marica
trasnochada.
Lo cierto es que en Angel’s el goce se colectivizaba
y el espacio era el protagonista. Quienes ingresábamos nos apropiábamos del
lugar en común como animales que lo impregnan con el olor de sus glándulas.
Necesitábamos recordar el espacio tal como lo dejamos la última visita y, a su
vez, que el espacio nos reconociera y aloje. Incluso algún*s más errantes podía
dormir allí, o pegar un par de porciones de pizza free. Angels’ como olla
popular y campamento de frontera. La semana pasada el Gobierno de la Ciudad
clausuró 6 cines pornos, además de los clubes de baile, donde los pobres y los
outsiders celebramos y gozamos. Esta regulación y normalización de
nuestras vidas va a caer como cayeron los gobiernos del dictador Onganía y la
última dictadura empresarial-militar.
*Texto escrito para el suplemento SOY de
Página 12, publicado, el 10 de febrero de
2017: "Noches desangeladas"

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