RESEÑA*
Por
Silvio Lang
Las
condiciones de pensamiento que nos deja
León Rozitchner para abordar mucho de lo que nos pasa en nuestro tiempo
–terrores y congojas urbanas, crímenes de los desterrados del submundo- son
rugosas y tiernas a la vez. Como los sabañones en el sentir del abrazo de una
abuela. Quizás, se trata de un semblante que León esculpió hasta el final de su
vida: el de una abuela que te recibe cuando tu madre te ha despreciado y tu
vida ha quedado en saldos y retazos. Algo de los rulos dorados de León, de su
rostro ancho y regordete, su panza generosa y su voz curtida se habían
desvivido y hecho a imagen y semejanza del fundamento material que envalentó
toda su vida de filósofo: el cuerpo de la madre que te da la vida.
Cada uno esculpe su
propio rostro en su intercambio con el mundo y con los otros.
Auden,
el poeta inglés, veía en la panza del borrachín Falstaff -el gran ironista del
teatro shakesperiano que afirma la vida simulando su muerte en el campo de
batalla-, la panza de una embarazada y la panza de un bebé, al mismo tiempo.
Pobre el país que no cuente con su Falstaff. Nosotros tuvimos el nuestro: León
Rozitchner.
Con
algunas de sus últimas articulaciones publicadas mientras moría, en el 2011,
peleando su vida, Acerca de la derrota y
los vencidos, por editorial Quadrata y la Biblioteca Nacional, libro inaugural
de la colección Intempestivos, que incluye un mensaje de Horacio González, un
prólogo de María Pía López y Diego Sztulwark, y una entrevista del Colectivo
Situaciones, hay bastante para desatascar de nuestro presente.
La
distinción que allí hace, León, entre
violencia y contra-violencia a partir de
una polémica que mantuvo hace unos años con el filósofo argentino Oscar del
Barco, puede ser útil hoy a la lucha colectiva y la organización política de
las nuevas escenas de expropiación y saturación de las tierras. Una cosa es la
“violencia ofensiva” de los que dominan y expropian la energía pensante y
sintiente de los cuerpos de los habitantes de un suelo patrio y otra la
“violencia defensiva” de éstos que se rebelan contra quienes los someten.
La contra-violencia:
cuya lógica y cualidad es radicalmente diferente a la otra: la de quienes
primero la habían impuesto.
Nuestras
guerrillas habrían confundido los tantos: internalizaron la violencia a secas, al no poder distinguir esa “cualidad
diferente” que hace que en una violencia se desvalorice la vida y en la otra se
la afirme. Percibir en cada combatiente su existencia personal intransferible
es la “cualidad diferente” de la contra-violencia que construye la fuerza y la
“moral” del grupo en lucha. Si las guerrillas, en nuestro país, se quedaron peleando
solas fue porque:
El pensamiento político,
que debía haber reflexionado sobre las condiciones de su eficacia en la lucha
colectiva, había sido suplantado por las consignas guerreras del triunfalismo
armado, por las categorías de la guerra de derecha, que en nuestro país habían
sido expandidas por el militar Perón. (…) No reconocer que la disimetría de las
fuerzas exige una actividad colectiva mayoritaria de los rebeldes ante
sometidos para imponerse y, sobre todo, que la vida es lo que debe prevalecerse
para lograr incluirlos en un proyecto digno. Mantener el valor de la vida como
un presupuesto es le punto de partida de la eficacia ética en toda acción
política. Si la muerte aparece, no será porque la busquemos.
Esta
renegación del colectivo como verificador y creador del sentido de la propuesta
política (en aquellos tiempos de revolución la política de masas -y no la
guerra- era cosa burguesa) es lo que llevó a León a escribir un artículo muy
crítico con las guerrillas y polemizar con su amigo William Cooke: “La izquierda
sin sujeto”. Es que para el pensamiento de León, el sujeto-cuerpo es núcleo
histórico y afectivo, y como tal, un lugar activo. El sujeto es histórico
porque está situado y porque su cualidad singular es la combinación de
cualidades de muchos otros sujetos-cuerpos que vibran en su subjetividad; y es
afectivo porque puede sentir -comprender- esta presencia de los otros en sí
mismo. Lo que lo vuelve un “sujeto en duda histórica”, una paradoja andante que
León llama “absoluto-relativo”. Despreciar esta sismografía emocional y vulnerabilidad
identitaria del sujeto es anestesiar la base de cualquier intercambio y
lazo de eficacia en la lucha colectiva.
La contra-violencia
tiene que tener un contenido, un sentido, una significación humana que se apoya
en otro lugar de la subjetividad conglomerada en nuevo colectivo. Y ese lugar,
evidentemente, no es el de un poder, constituido, sino el de un poder a
constituir. Que está implícito en la presencia de fuerzas que podría
actualizarse, pero que no lo están todavía. Y si no contás con eso, estás en el
delirio. Por ejemplo el delirio de ese grupo guerrillero. Porque vas armar a un
ejército para luchar contra otro ejército sin contar, justamente, con movilizar
humanamente las bases que son capaces de hacer que este pez pueda moverse en el
agua, que contiene, de alguna manera, la posibilidad de su propia existencia
como pez. Esa cualidad diferente es también, por esencia, la condición de su
eficacia
La
cuestión que enciende, León, al presente contemporáneo es el desafío de la
eficacia del pensamiento “para conmover a la gente que está tan aplastada y
sometida”. Corremos de aquí para allá para cubrir los gastos de una vida que no
tenemos tiempo de disfrutar. Lo que se nos expropia día a día es el tiempo
sensible: un tiempo propio y ajeno de afectos, haceres y palabras compartidas, imágenes
corporales que nos conmuevan. No hacerse
la pregunta por quién tenemos más cerca o más lejos: ¿cuál es tu padecimiento?
(pregunta que engarza el pensamiento de León con el de Simón Weill), es ir al
muere de toda lucha para transformar lo que sea y de cualquier política de
igualdad. Si no aflojamos un poco, si
seguimos ignorando el sufrimiento del otro convertimos al Yo en una propiedad
privada como nuevo fundamento del capitalismo. Sólo una “sensualidad” de la
vida material entre nuestros cuerpos
sintientes y pensantes puede encaramarnos en la lucha contra la destrucción de
la humanidad que emprendió el capitalismo.
En la medida en que
compra (el capitalismo), va destruyendo. Porque
para poder incrementar el capital, tiene que destruir la vida, porque se
apoya en una concepción completamente cuantitativa, el dinero, que es la
muerte; lo cualitativo de la vida desaparece.
Nuestras
mayores riquezas expropiadas siguen siendo más o menos las mismas: el tiempo
afectivo y pensante de los trabajadores y el espacio de los habitantes del
suelo patrio. La fragmentarización del trabajo; la desertificación de las
tierras productivas; los desalojos a mano armada; la especulación inmobiliaria; la privatización
del crédito hipotecario; la subejecución de los presupuestos para la vivienda,
con las muertes que acarrean, conforman una nueva cronotopia de la expropiación de la situación argentina por donde
se puede forzar un cambio.
La materialidad de la
tierra patria expropiada está ligada a la materialidad de los cuerpos
sufrientes expropiados.
Necesitamos
volver a plantear una nueva inteligencia de la violencia colectiva puesta a trabajar en la esfera pública.
¿Únicamente es asesinato
la violencia de muerte inmediata, donde quedaría restringido el imperativo ‘no
matarás’, y no la violencia morosa que carcome día a día, hora a hora, la vida
de los hombres y los aniquila?
Hay
que comenzar a considerar la contra-violencia de los expropiados como una experiencia
de vida y no de muerte, para defender las cualidades de los muchos y su suelo
patrio en común. La interpretación fallida que hicieron las guerrillas
argentinas hace que se prorrogue el impasse hasta nuestras generaciones. Sin
embargo:
Cuando tenés la rigidez
que tiene el PO (Partido Obrero) en sus planteos revolucionarios, ese
inmediatismo, creo que no ayuda a que la gente pueda acercarse. Una especie de
tozudez en el campo de la política que no tiene en cuenta las modalidades de la
inteligencia colectiva para poder crear un campo más amplio.
Lo
que encuentra, León Rozitchner, en el camino, a partir de la experiencia de
hospitalidad que inscribe en cada uno de nosotros el cuerpo materno, es una rematerialización de nuestras vidas, de
nuestras escenas ordinarias y extraordinarias, por así decirlo, que considere
las cualidades de la gente. Se trata de una apuesta por el pensamiento que
rasga algo de lo establecido, e introduce los afectos y sus lazos como punta de lanza para la defensa
y la recreación colectivas.
* Texto inédito escrito en diciembre de 2011 para el diario dominical Miradas al sur.
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