ENSAYO BREVE SOBRE FOTOGRAFÍA*
Por Silvio Lang
En cada casa que me mudo hago un altarcito de los
objetos amados. Por su resonancia, por lo que pueden traer y hacer repercutir
más allá de mis días. En el pilón de fotos y postales acumuladas, la primera es
la de un retrato firmado por el fotógrafo Cristián Banaudi. En el retrato: un
pibe de Sunchales, en cuero, sostiene un montón de marcos de cuadros en cada
brazo torneado por la faena en el campo; el claroscuro, en un fondo verdoso, le
marca unos pectorales de partisano. Siempre quise ese cuerpo en espera para mí,
o en otros junto a mí. Es mi deseo sentimental sacro. Viene y se va, y eso que
la fotografía modela se acerca cada vez más. En cada mudanza, dejo una pared
liberada para colgar un retrato que Cristián me hizo a los 25 años, enmarcado
en un cuadro de 60 x 88 cm. No es sólo vanidad. La foto es infinita,
inabarcable en su técnica de yuxtaposición analógica. Mi rostro incrustado en
el jardin de Casa Bonaudi resuena como reminiscencia de toda mi vida. En el
retrato siempre se vuelve y siempre se va mucho más lejos que el nombre propio.
El retrato como caja de resonancia subjetiva. Sin retrato no habría sujetos
deseantes: la fuerza de hacerse otra vida. Es la historia del retrato en la
pintura: hechar una mirada a una vida en proceso. Y es la manera en que los
chicos de Sunchales -campesinos, tamberos, carniceros, mecánicos, lúmpenes,
varones en devenir- van cayendo a Casa Bonaudi. Quieren que Cristián, tercera
generación de fotógrafos, los haga aparecer como una estrella de cine; les
devuelva una emulsión lumínica de sus deseos brotados. Los más osados han rotos
los vidrios, o forzado la puerta y, urgidos de calentura pueblerina, se han
lanzado al decorado del set fotográfico, con un fondo de telón pintado que
semeja un salón del siglo XVIII. Fotografía de Tocador. La pedagogía artística
de Cristián, aquella vez que entró a su casa y se encontró con esa escena a
pleno, fue de una cercana distancia: implicación y contemplación. En la foto
Cristián se refleja, en pelotas, delante de un gran espejo, con la cámara
fotografiando a los pibes peteándose uno al otro, tapados por un telón azul. A
veces, es una paja lo que sale a la luz. El deseo loco de masturbarse frente al
mirón instruído. De ahí la foto del pibe desmayado de goce, inundado por su
propio lechazo, que se expuso, en gigantografía, en la legendaria exposición
del Museo Del Libertino, año 2007, en la Casa Museo Juan C. Castagnino, de San
Telmo. Algunos no dan más y quieren mostrarse a sí mismos sus músculos: efecto de
los esfuerzos durante la cosecha. Que la plusvalía de sus padres o patrones
sojeros, al menos, sea historizada en la fidelidad bella de sus lomos. Como los
mellizos que pidieron fotografiarse desnudos en un campo de soja, al rayo del
sol. Pura exuberancia de la fraternidad de los cuerpos cultivados en el trabajo
de la tierra. Otros se tirán al sillón de capitones, hasta quedarse liberados
de ropa, transpirados por la excitación de cada click disparado por Cristián. O
como Alexis, arreglacosechadoras, que quiso ser retratado en slip y con sus
botas de lluvia, junto al arroyo. Casa Bonaudi, fundada en 1948 como estudio
fotográfico, hoy en litigio familiar, a punto de la desocupación forzada, es la
cámara de la liberación de la vigilación social del pueblo; es el antro donde
los deseos eróticos del homo-faber se
eternizan; es la trinchera donde unas subjetividades se sublevan mediante líquido
revelador. No es un erotismo terso, transparente, pulido el de la obra
fotográfica de Cristián. Su fotografía está fisurada. Narra la vulnerabilidad
del pasaje de los cuerpos masculinos por el deseo sexual. Es una mirada
lateral, que retrata al sujeto en su desborde de goce. Un erotismo
antineoliberal no narcisista. Asume el riesgo de dejarse exponer a un suceso
que te abre; te hace participar de un aprender a ver; y de un vincularse con
los cuerpos en su descentramiento del internet de las cosas.
* Texto escrito para el suplemento SOY de Página 12, publicado el 24 de febrero, de 2017, "A campo atraviesa"
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