Reseña*
Por Silvio Lang
Así como hay ecologías para el amor, las hay para la lectura de
libros. Leí Un beso de Dick, de
Fernando Molano Vargas, publicado en Buenos Aires por Blatt & Ríos, en
medio del desasosiego del amor neoliberal. No veía la hora de llegar a casa
para tirarme a la cama a leerlo. Entre ensoñaciones, lágrimas y semen. Al mes,
envalentonado por la novela, me lancé a una historia de amor que no fue.
Si
como dicen los psicoanalistas el siglo reniega de cualquier código de amor –una reserva de signos para enlazarnos- las
maricas casi no contamos ni con literatura donde tejer las imágenes, los gestos,
los goces y los enunciados del amor. Nuestra educación sentimental es magra. Ni
que decir de las compañeras: “Las travestis nos morimos sin haber escrito una
carta de amor”, dice Claudia Rodríguez. Lo que la sociedad niega no es el sexo
entre hombres, si no el cortejo entre muchachos, fue una tesis de Foucault en
los 80’. Somos analfabet*s del amor. Una aculturación del amor heterosexual nos
ha colonizado. Sin embargo, el amor no es solamente un discurso heterosexual
alucinatorio, a lo Roland Barthes. El amor es un acontecimiento del encuentro
de los cuerpos y sus efectos. ¿Cómo organizar esos encuentros?, es la pregunta que
no cesa.
En la ecología neoliberal el amor está espoliado. Un narcisismo
absoluto amenazado estandariza lo incalculable de lo irreductiblemente otro. Entonces,
acorazamos nuestras vidas posmodernas de histeria. Pero ya no es la histeria teatral
del siglo XIX, con las locas de Charcot y Freud en convulsiones, ataques y
conversiones físicas. La histeria actual es abandónica, cobarde, deserotizada,
individualista, especuladora y exitista.
Pero aún reaparecen libros como Un beso de dick. Su autor murió de sida a mi edad, 37 años. En 1998,
cuando los cuerpos caían a montones en los hospitales y a los días morían. La
novela la escribió en 1989, en Bogotá. Pienso que este libro traza una teoría
sentimental marica a rescatar. Los amantes son dos compañeros de colegio, futbolistas.
Uno, poeta nato; y el otro, dibujante de jugadores que sueña con hacer películas.
Felipe y Leonardo; o bien, “Felicidad” y “Fantasía”, como nombres de batalla del
amor clandestino. Se dicen “amigos, porque eso de novios es muy chistoso”. La
narración avanza en el soliloquio de Felipe, y con unos diálogos íntimos de
película. El primer miedo es la declaración amorosa: decir “A mi sólo me gusta,
usted, Leonardo”, o “Estoy como enamorado de usted, Felipe”, cómo decirlo, cuándo.
La declaración es primordial porque nombra el acontecimiento -el encuentro
azaroso entre los cuerpos afectándose más allá de sí mismos-, y hace factible
organizar las posibilidades para vivir una historia de amor. El amor es como
esos “ladrones de relojes” del guión que cranea Felipe: sustrae a los amantes
del tiempo normado, e instituye una temporalidad diferencial y crítica del
cálculo y la conectividad neoliberales. La sensualidad de la escritura de
Molano Vargas abre la percepción con la intensidad de los cuerpos gozando. En
la jerga bogotana “declararse” al amado se dice “estallarse”.
La teoría marica gambetea
con el fútbol: estallarse y vivir una historia con alguien es jugársela, como
co-jugadores de un partido. Soltar la pelota, decidirse antes de que pase el
tiempo de juego. Pero antes habrá que hacerse unas piernas fuertes para correr
lejos en la intensidad de los besos. Discernir reveses, desplazamientos y afectos
que la jugada produce. En la incertidumbre de la composición de la cancha, que
es muda porque nos hemos lanzamos a jugar sin códigos, habrá que hacerlo con
paciencia, y sin recurrir a los clichés de nostálgicas jugadas fallidas. Para
no cagarla, como otras veces, salirse del sentimentalismo de un final feliz. Compartir
otras imágenes, otras emociones, otros ritmos como cuando nos descubre un poema
que no comprendemos pero nos gusta.
La praxis de esta teoría descongela pasiones
en tiempos de estandarización y miedo neoliberales. A falta de códigos amorosos,
nosotr*s componemos ritmos dispares.
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