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jueves, 20 de abril de 2017

PRIMERO HAY QUE SABER ODIAR

*Reseña

Por Santiago Azzati y Pedro Yagüe

*Sobre la Indagación escénica del poemario homónimo Roberto Jacoby & Syd Krochmalny, creación del grupo ORGIE, con dramaturgia y dirección de Silvio Lang.

Ser vecino es estar dispuesto al odio. A un odio indiferenciado y general. Los vecinos se acercan, se unen y distancian, buscando una sola cosa: orden. Y el orden no se reclama: se desea, se festeja, se ejerce. Pero no se reclama. Ser vecino es odiar al otro y desear el orden. Por eso no todos somos bienvenidos.

Los vecinos no se mueven solos. Se mueven en masa, al compás de un clarín que amplifica el grito lacónico de su guerra. Son multitudes abstractas, humilladas y humillantes. Multitudes que gritan y se mueven sobre el fondo de un karaoke neoliberal: la política toca en el vacío y los cantantes pasan. Todas las voces todas.

"Diarios del odio" es el esfuerzo por pensar una guerra sensible al interior de nuestra democracia pacificada. Es la guerra de los vecinos. Sujetos congelados en vidas cada vez más precarias que reclaman aquello que, dicen, les pertenece. Por eso se odia, se lincha, se mata. Porque se tiene derecho al orden. Pero antes hay que eliminar lo que sobra, la escoria. Negros, zurdos, piqueteros, indios, ñoquis, pibas, putos: lo que no se ajusta a los delirios de su país alucinado.

La escena exhibe un doble movimiento: por un lado, los vecinos fundidos en la pulsionalidad de las masas, suspendidos en la razón enloquecida de su Argentina imaginada; por el otro, ellos mismos desde su individualidad más extrema, separándose, haciéndose sujetos de odio en el anonimato cantado de un sórdido pop evangelista. De nuevo el karaoke: esa caravana interminable con su mueca espectral. Entre la masa y el individuo, entre el sujeto y lo colectivo, se produce una transacción que expresa dos instancias de una misma guerra cotidiana.

“Diarios del odio” muestra una cara cruda y dolorosa de nuestro tiempo. Es el testimonio de una guerra en la que, durante años, no quisimos vernos reflejados. En ese mostrar, en ese mismo acto expresivo, la obra da una disputa sensible. Nombra el odio para combatirlo, y lo combate para comprenderlo. Hay en esta obra un pensamiento sutil que penetra en lo real. Un pensamiento que recorre una guerra que, por constante, pareciera oculta. 








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