ARTÍCULO*
Por Silvio Lang
Pavlovsky no ingresó en vida a los
teatros oficiales, ni al Cervantes, ni al San Martín. Cuando Eduardo Rovner,
durante el menemismo, le ofreció estrenar su última obra le dijo que no. No
quería entrar a la cultura oficial, ni participar del gobierno mafioso. Cierta
autopertenencia marcaron sus devenires de psicoanalista, de actor, de escritor,
de intelectual. Se consideraba así mismo
una máquina de guerra y una máquina deseante, al modo Deleuze/Guattari.
Desarreglar una estructura y crear tierras nuevas de vida.
Hay una ambivalencia
en el hecho de que Pavlovsky haya recién llegado al Cervantes como cadáver y
ser revivido por más de 70 artistas escénicos y un público multitudinario. Fue
una jornada iniciática de una nueva y diferencial política en el Cervantes en el contexto de un
gobierno policial y empresarial. Sin embargo, nos reunimos en torno a un
espectro integral del autonomismo político y artístico.
Mientras la policía
reprime, tortura y mata en los barrios a la juventud y nuestras vidas
neoliberales se precarizan, se atemorizan, se entristecen, y nos vamos cayendo
del mapa, nos queda rehacer los espacios comunes de reuniones minoritarias y
masivas. No sabemos aún si al gobierno nacional se le escapó el nuevo Cervantes
como espacio de resistencia inventiva, o planea un dispositivo de captura de
las máquinas de guerra. Hay que estar atentos.
*Texto escrito para la revista Picadero Nº36 del Instituto Nacional del Teatro, en marzo de 2017, con motivo del evento "Integral Pavlovsky", organizado por la nueva gestión del Teatro Nacional Cervantes, realizado el sábado 4 de marzo. Foto y diseño del afiche: Martin Gorricho
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