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jueves, 22 de febrero de 2018

FIESTA CARETA

Por Silvina González


Ni siquiera el neoliberalismo puede escapar a la promesa emancipatoria de una fiesta. Se va a una fiesta para convertirse en aquello que uno no es, para vivir una vida diferente de la propia, para construir una vida posible. 

Esa otra-vida que la fiesta careta nos propone es una vida de más y mejor consumo. Si vamos a los boliches de moda, si nos vestimos como esos boliches exigen, si sabemos de memoria las letras del menú pop del día, si bailamos solo como YouTube nos indica, si garchamos solo con los que hicieron el mismo esfuerzo para adaptarse entonces seremos más blancos, más delgados, más ricos, menos sudacas. Más libres (de consumir), al menos hasta que salga el sol. La fiesta careta nos necesita aturdidos para que compremos la promesa de esa otra-vida. Un cocktail preciso de luz estroboscópica, máquinas de humo e imágenes pre-fabricadas. La fiesta neoliberal se codifica en imágenes que conocemos de memoria: hombres y mujeres (heterosexuales, en pareja o de cacería), blancos, delgados, jóvenes, exitosos, bailando desenfrenados pero sin sudor, tomando mucho alcohol pero sin rasgo visible de borrachera. Las imágenes que componen esa idea de fiesta son las de un puñado de privilegiados que pueden darse el mayor lujo que existe en este mundo: ir a una fiesta a ser lo mismo que ya son. La promesa es solo para los plebeyos. Los plebeyos bailamos con los ojos cerrados porque queremos vivir en esas imágenes, no en la realidad que nos oprime, y porque ver a nuestros amigos bailando nos recuerda el absurdo en el que nos sumergimos: bailar como si fuéramos ricos. 

Para hacer la revolución necesitamos una fiesta de la carne. La carne no promete nada porque está encaprichada en ser lo que ya es. Por eso la única promesa, la única otra-vida que existe en la fiesta de la carne es la vida colectiva. Necesitamos más fiestas de la carne, donde no nos quede otra opción más que aliarnos con otros para ser algo diferente y donde debamos convertirnos en algo diferente para poder aliarnos. Necesitamos que las calles todas sean fiestas de la carne.  Necesitamos bailar hasta que las imágenes se pierdan y solo quede la carne mojada, rebotando a contra ritmo de los disparos que ya se escuchan a lo lejos. 




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