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lunes, 9 de enero de 2017

ACCIÓN CARTELES POR LA BIBLIOTECA NACIONAL

CRÓNICA


Por Silvio Lang

La Biblioteca Nacional fue uno de los primeros blancos de las políticas de shock del gobierno de Macri mediante despidos, denigraciones y desactivación de las políticas de la gestión del gobierno anterior. En marzo de 2016 se anunciaron 240 despidos; el cese de las publicaciones en papel; el cierre del Museo del Libro y de la Lengua; la cancelación de programas y actividades que comprendían la biblioteca como un espacio de producción de lector*s y cultura. Ni bien empezó el conflicto murió, de un paro cardíaco, uno de los trabajadores despedidos, a los 41 años, al recibir el telegrama de despido durante su licencia médica por un triple bypass. 

El Ministro de Cultura de la Nación, Pablo Avelluto, anunció que el director sería el prestigioso escritor argentino Alberto Manguel, que vivía en París hacía décadas. Manguel negoció que no asumiría oficialmente hasta junio. Lo que le permitiría mantenerse "limpio" del desguase programado. Sin embargo, comenzó a realizar declaraciones, tomar decisiones y visitar a la Biblioteca como director. El "trabajo sucio" lo hacían, mientras tanto, la Vicedirectora de la Biblioteca Elsa Barber y el nuevo Director de Administración, Marcos Padilla, despedidor serial en tiempo de vaciamiento del Teatro Colón, designado para esa tarea, ahora, en la Biblioteca. Las tareas de desmantelamiento estuvieron comandadas por el Ministerio de Modernización, que fue el primer dispositivo de mando gerencial del macrismo, creado ni bien asumió el nuevo gobierno, el 10 de diciembre de 2015.

La estrategia de descentralización de la administración pública en todas la reparticiones del Estado Nacional, en manos de este Ministerio Modernización para el orden policial de las almas, le ha permitido al gobierno desorientar las luchas de los trabajadores, que a la hora de negociar en sus espacios de trabajo se encuentran sometidos en una cadena jerárquica de dominaciones secundarias, sin interlocutores políticos y sin información certera. Es el mismo procedimiento de las grandes empresas y el sistema financiero, donde la decisiones más crueles quedan en manos de otras dependencias de dominación, como las oficinas de recursos humanos. Es lo que permite a los gerentes liberarse de las responsabilidades ante sus subordinados y de las peores decisiones, que les impone la lógica del capital. 

La representación del gremio de ATE en la Biblioteca Nacional se puso en alerta. Pero fueron humillados, extorsionados y perseguidos. Por otra parte, cientos de intelectuales, investigadores y escritores de todo el mundo, desde Jacques Rancière a Beatriz Sarlo, repudiaron la situación y se unificaron en una carta pública usando la plataforma virtual change.org.

Sin embargo, la acción política de denuncia de la situación en la Biblioteca, que tuvo el mayor impacto cultural y efectos concretos en la negociación laboral (de los 240 se reincorporaron a 110, en otro acto de humillación: despedir-atemorizar-golpear para después humillar en la genuflexión de una reincorporación) estuvo corporizada por un grupo de lector*s, usurari*s y ex trabajador*s de la Biblioteca. En una suerte de hálito morenista-jocobinista, el grupo, se autobautizó, puertas adentro y con humor: “Jabonería de Vieytes”, como la antigua sede de reuniones clandestinas en el barrio de Congreso, donde se pergeñó nuestra Revolución de Mayo. Su escenario de acción fue la apertura de la 42º Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, donde Manguel tenía a cargo el discurso inaugural, junto a otros funcionarios del macrismo. Durante noches transfiguradas se discutió y se diseñó el modo de intervenir la guerra neoliberal que se vivía en la Biblioteca. Producir otra escena política que, además de afectar las decisiones del Ministerio del orden,  rompa la normalidad ordenancista de la restauración careta del fascismo financiero.  

El grupo fue amenazado por el propio gremio que a su vez había sido atemorizado por Padilla, con la extorsión de que “Si Manguel se siente incómodo en la feria porque pasa algo no habrá más reincorporaciones”. Los delegados gremiales funcionario como correas de transmisión del disciplinamiento y los trabajadores como personas amenazadas. No podían leer que cuando el conflicto está siempre amenazado la capacidad de negociación puede siempre aumentarse. El gremio de la Biblioteca pretendía, además, controlar un territorio que no le correspondía: la Feria del Libro. La defensa de la Biblioteca como proyecto cultural abierto no es patrimonio de los trabajadores de la Biblioteca, ni del Ministerio de Cultura. Lo cierto es que la mañana del 21 de abril, el día señalado para la acción de la Jabonería de Vieytes y la presentación en sociedad de Manguel, Silvina Freira, en Pagina 12, sugería que habría un escrache ("Nos preocupa la situación que enfrenta la industria") y auguraba un pronóstico nublando para la Feria.

Ante la extorsión oficial y gremial el grupo de acción no cedió al miedo corporal. Más bien adviertieron que la acción ya era un hecho antes de ejecutarse: rompía la normalidad de la política que pretendía el triunfo macrista. La acción incluía y, a la vez, excedía a la Biblioteca Nacional: abría el aire para respirar en ese contexto de orden patriarcal piramidal; permitía salir de las redes virtuales; y de las palabras en la que todo puede ser dicho para poner en juego una corporalidad riesgosa mediante un acto. El acto de pararse y levantar un cartel puede ser poderoso y temerario. El artículo ("Despidos: el trabajo de Don Pirulero"), de un trabajador estatal, firmado con seudónimo, narraba bien lo que se empezaba a respirar en Argentina. Horacio González, ex director de la Biblioteca Nacional y blanco de las críticas de la nueva gestión; y María Pía López, ex directora del Museo del Museo del Libro y de la Lengua, lo analizan en dos excelentes artículos ("La forma de la extorsión" y  "La máquina de disciplinar" ), luego de la acción en la Feria. Allí, plantean bien el modo en que el macrismo comanda y modaliza la acción social vía la extorsión y la humillación.

Era muy delicado oponerse a una extorsión de los gremios y los funcionarios en ese momento. La acción introducía un acontecimiento nuevo e inesperado, y sumaba un riesgo al hacerla, y ese riesgo era un modo digno de la crítica a las formas del chantaje y la extorsión de los dispositivos de mando neoliberal. Si nada se hacía, de allí en más toda acción colectiva defensiva de la violencia institucional estaría sometida a la extorsión, que sacrifica personas en aras de una serie de abstracciones –unidad gremial, soberanía nacional, etc.
La “Jabonería de Vieytes” se hizo de 100 invitaciones especiales para el Acto de apertura de la Feria; convocó a más personas para la acción; definió sus consignas que haría públicas; preparó un guión de acciones como proceso de escenificación para interrumpir el “aquí y ahora” de la naturalización de la ceremonia, considerando sus posibles peligros y cambio de planes y alteraciones del evento, ya que las autoridades estaba advertidas y la seguridad policial preparada; diseñó y realizó una cartelería con las consignas y la imagen de la cara de Manguel detrás de un código de barras, prepara para trasladarse ocultas en bolsas o mochilas personales. Pararse y mantenerse en silencio con los carteles pase lo que pase, superponer las consignas de lucha sobre el discurso oficial pero sin cancelarlo, pero sí impugnarlo; producir una yuxtaposición visual, sonora y espacial; declarar la guerra pero sin armas de aniquilación, desde la cortesía de los cuerpos, las imágenes y las palabras, era el eje de ejecución primordial para los activistas del grupo.

El auditorio en la Rural estaba repleto, -casi 1.000 personas-, de personajes de la clase alta; de militares con uniforme; de funcionarios, asesores y jóvenes militantes, exclusivamente, macristas; atestado de las cámaras y periodistas de los medios hegemónicos; de algunos pocos escritores; y de amigos inesperados de la acción, que aparecieron con la irrupción del acontecimiento. El momento del gesto de pararse y levantar cada uno su cartel, a los 5 minutos de iniciado el discurso de Manguel, en medio de la composición de ese auditorio, fue una incisión vibrante en el cuerpo de la banalidad cultural triunfante. Había un gran dramatismo en la sala, los aplausos de apoyo y los "¡Fuera!" eran los signos de una partición de las formas de vida, que de ninguna manera es una "grieta" moral e ideológica, sino un lugar de existencia real del pensamiento libre.

Se trataba de la primera interpelación pública escenificada, -un "escrache" en otra jerga militante-, a un funcionario del nuevo gobierno. Una interpelación que aportaría procedimientos escénicos a otras luchas colectivas de activismo cultural posteriores, como fue la intervención en la carpa itinerante del Complejo Teatral de Buenos Aires, exigiendo al Jefe de Gobierno de la Ciudad la renuncia de su Ministros de Cultura, por parte del colectivo Trabajadores de la Cultura.

La Acción Carteles Por la Biblioteca Nacional, fue una nueva forma de militancia y acción política, que sumaba coraje a ironía, imaginación y riesgo. Por supuesto, el motivo inmediato era la Biblioteca, pero la acción tuvo proyecciones hacia toda la situación cultural argentina, y pone a l*s implicados en un lugar de dignidad ciudadana muy grande. Un vitalismo político se puso en juego en esta intervención de una fuerza colectiva anónima material sobre el discurso normativo del gobierno macrista. Una acción performática micropolítica, que pone en cuestión las militancias verticalistas del patriarcado.


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