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miércoles, 1 de febrero de 2017

ANGEL'S DISCO: LA BAILANTA DIVERSA DEL ONCE

Crónica*

 Por Silvio Lang

La popular disco gay Angel’s – “El Engelin”, entre habitúes-  está situada frente al Morgue Judicial, en la calle Viamonte, a la vuelta de la Facultad de Economía de la Universidad de Buenos Aires. Aunque para la descripción comercial está ubicada en Barrio Norte.

“Angel’s es en cierta forma el opuesto a Palacio Alsina en cuanto a público, atrae a gay y travestis locales e inmigrantes”, dicen los dueños. Palacio Alsina es otra disco del ambiente muy “chic”, ubicada en un elegante edificio comercial del siglo XIX, en Microcentro, que atrae a muchachos de Zona Norte y el barrio de Belgrano. Sin embargo, en Angel's, desde el incendio en Cromañon hay que hacer largas colas, pero reideras como ninguna igual, en toda Buenos Aires. 
Las “trapiches” (travestis que hacen maravillas indumentarias con  trapitos y retazos) llegan en taxi de a dos, con un taxiboy que traen bajo el ala. En el ambiente nada más digno de temor y respeto que una travesti; son mujeres de “chuchillo en liga”, de “armas tomar”. Ellas no hacen la cola, que, las más de las veces, llega hasta la esquina de la calle Uriburu. Los “patovas” las hacen  pasar directamente. Son las madrinas del lugar. Las más malas lenguas dicen que son distribuidoras del “vicio” -o cocaína.

Van cayendo al baile las “quinceañeras” (pibes en deriva de conversión travesti). Ellas-ellos hacen la cola durante horas y se divierten de lo lindo comentando todo lo que pasa. Le dicen: “puertear”, con todas sus connotaciones.

Otro habitué es el legendario “chongo” (homosexual en pose viril) que Juan José Sebreli en su “Breve historia de la homosexualidad en Buenos Aires” había dado por muerto. Pero revive aquí,  en “El Engelin”, cada fin de semana. El chongo actual es más bien “tapado” - hombre comprometido con mujer, que tienen sexo clandestino con hombres anónimos. En el “darkroom” (los antiguos reservados pero más oscuros y masivos) se hace chupar la pija por una travesti; cuando se acerca un varón gay lo para en seco y le dice: -"¡Salí, puto!". Cuando van al “telo” la escena se invierte: el chongo se da vuelta y la travesti oficia de “activa”. “Estoy cannnsada, canssssada, de hacer de activa”, harta, le comenta en el baño de hombres una travesti a otra amiga.
En la cola también están los “antropólogos de la noche”, c’est moi, -estudiantes universitarios, lúmpenes, o artistas con cintura social, que se sienten más a gusto en el desclase múltiple de lo popular. Una vez adentro se van filtrando y desapareciendo en la masa como en un corso.

El lugar está dividido en tres pisos: bar adelante con reservados en el fondo, pista de bailanta en el subsuelo, y pista pop en el último piso. Los que van entrando se apropian del lugar: como animales lo impregnan con el olor de sus glándulas. Necesitan recordar el espacio tal como lo dejaron la última visita y, a su vez, que el espacio los reconozca, los acepte. El espacio es el protagonista.

En la pista subterránea recibe la “mujer con bigotes”, que baila haciendo “pasarela” (desfilando). Es un señor con entradas, bigotes y pelo largo que baila de acá para allá saludando como la reina de la comparsa. Los techos transpiran porque el lugar está abarrotado de cuerpos, olores y sensualidad cumbianchera.

Suelta por el bar y los reservados anda “La Pará”, o “La Ubre”, según qué amigos. Una travesti de mútiples identidades, más de dos metros de alto y con unas grandes tetas, que se confunden con la barriga. La Pará anda por la disco con una copa vacía y con la otra mano vacía se quita de encima manos invisibles, que la tocan, mientras grita: “¡Paraaa! Los más avezados le responden: “¡Parameláaa!”. En El Engelin se habla a viva voz, a voz en grito, todos comentan con todos.
En la pista del piso superior hay más "producción". Una pared cubierta de espejos donde las travestis se ubican frente a ella en fila india: bailan y seducen. Los chongos se les ponen a bailar atrás. El cortejo es de miradas a través el espejo. Pulula en los márgenes de la pista “el pago”- joven taxiboy encubierto, que cobra barato por sexo. Correteando de la mano por la pista con toleritas improvisadas -remeras  levantadas y anudadas a la altura de los pechos-, andan las quinceañeras. Se suben todas al escenario del fondo, al lado del disc-jockey, y hacen la “coreo” de un tema de Britney Spears. Las más duchas llevan la delantera coreográfica. Otros dos pequeños escenarios hay en medio de la pista donde los adolescentes fibrosos y casi anoréxicos se suben en cuero, se frotan entre ellos, bailan y obnubilan a la población danzante. Gravitan en una galaxia que se construye alrededor de una bola de espejos imaginaria que se cierne sobre el centro de la pista.
Todos ocupan un espacio vital en lo que durante las horas del baile se convierte en su mundo. Mundo al que responden pero que a la vez construyen y reconstruyen cada noche. No obstante, algo ajeno a ellos los gobierna. Vienen de la calle nocturna, y quedan fascinados por la luz en movimiento. Quedan deslumbrados al imaginarse completados, ya que su “ser de noche” sólo se completa en el contexto y el conjunto. Todos se sienten imprescindibles. 
Son más de las 6 de la mañana. La luz de día descubre a los rostros destrazados que huyen de la disco en desbandada. Las travestis mayores entre palmadas  y risotadas simulan rifar a las más jovencitas: -“¡A cinco pesos las nuevitas!”, vociferan entre palmadas rítmicas. 

La variedad de personajes de Angel’s puede ser un gran atlas de la fiesta diversa plebeya. Figuras de cuerpos con historia que resisten, y entienden o presienten, que la sexualidad es un proceso subjetivo social y por lo tanto militante.


* Crónica publicada en el diario Miradas al Sur, el domingo 6 de julio, 2008, Buenos Aires. 

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