Por María Pía López
Directora del Centro Cultural de la Universidad Nacional de General Sarmiento
Una cadena de traducciones, una secuencia en la que las palabras surgidas en un tipo de lenguaje se van enlazando con otras, resignificadas en otros registros. Unos –Roberto Jacoby y Syd Krochmalny- leyeron los foros de lectores de los diarios La Nación y Clarín. Y allí donde otros desviarían su mirada asqueados por la violencia o saltarían al ring del pugilato virtual, Roberto y Syd encontraron motivo artístico y objeto de pensamiento. Artistas conceptuales, suele decirse, y como nunca queda de manifiesto, cuando construyen una obra que al recortar y poner en escena, dar el salto del foro digital a la pared grafiteada, muestran el significado brutal de cada frase. Cada una de esas oraciones, arrojadas en el sumidero, se convierte en un graffiti brutal como el ¡Viva el cáncer!, frente a una residencia presidencial a mediados del siglo anterior. Si la violencia del lenguaje en los foros termina invisible por su pura acumulación y dispendio, cuando se extraen frases y se las coloca en la pared revelan su potencia de ultraje y denigración. Permiten analizar el odio, ver el odio, escuchar el odio. La pared es pizarrón donde se anota la frase a analizar y a la vez mesa de disección de las pasiones oscuras.
Jacoby y Krochmalny constituyeron luego el segundo eslabón de la cadena de traducciones: hicieron un libro de poemas con el mismo título. La materia prima eran las frases de los foristas, que ahora se presentaban enlazadas en una sonoridad que arrastra el modo de la letanía y el fondo denigratorio de la injuria. Puede leerse al ritmo de un rap que guerrea o con la cadencia pop del festejo de una sociedad desigual. ¿Qué queda de la violencia anterior en este movimiento? ¿Qué sucede cuando la frase se incorpora al poema? Siempre hablamos y escribimos con pedazos muertos del idioma, con residuos de aquello que desconocemos, con lo que nos habla sin que lo advirtamos, con los restos que el poder pone a disposición de nuestras lenguas. El arte quiere ser distancia de ese habla en la que estamos mudos, porque lo que habla es otro. Una vez más, los artistas hacen concepto: en la obra muestran el procedimiento, el modo de hacer que habitualmente pasa inadvertido es puesto en primer plano. Y lo que resulta, extrañamente, es bello. La obra deglute la materia prima –detritus de la violencia social- y la presenta con la andadura rítmica de un poema. La redime al denunciarla. Hace de esos restos impensados un momento de pensamiento.
A los eslabones de la serie de traducciones –obra visual / poemario- se le agrega ahora una performance teatral, encarada por Silvio Lang y un conjunto de actores y músicos. Traducir al cuerpo, en los cuerpos, por los cuerpos. Individuales y colectivo. Ver qué hace el odio en ellos y el combate grupal contra el odio. Lo comunitario que embate para evitar su propia destrucción. Siempre en esta secuencia de traducciones se estuvo pensando la política y las pasiones. Las pasiones que atraviesan, fundan y desgarran. La política como modo de hacer con las pasiones. Agitándolas, absorbiéndolas, conjurándolas. Lang, según adelanta, piensa en ese vaivén.
Desde la Universidad Nacional de General Sarmiento invitamos a Lang a que realice esta traducción aquí. Que vuelva teatro y performance este pliegue o esta bifurcación. Que dialogue en público con los foros, la obra de arte, el poema. Y a los investigadores los invitamos a que pesquisen junto con el teatro y el arte esta cuestión: el odio. Odio corrosivo, manipulable, agitable, desesperado. Invitamos a que surjan otras traducciones: jornadas, mesas redondas, clases. Como parte del esfuerzo común, en una institución pública, de pensar los temas fundamentales de la época.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario